Ex Convento de San Jerónimo
El Ex Convento de San Jerónimo data del siglo XVI, fue destiando exclusivamente para españolas y criollas. El edificio que dio paso a la Universidad Claustro de Sor Juana, ubicado en la Calle José María Izazaga número 92 en la Colonia Centro - Centro Histórico de la Alcaldía Cuauhtémoc es de los más emblemáticos de la Capital debido a que fue en este Convento en el cual Sor Juana Inés de la Cruz pasó algunos años, e incluso se dice que ahí compuso algunos de sus sonetos más conocidos.
Datos
Historia[editar | editar código]
Época Colonial
Es una construcción que data de finales del siglo XVI, y se encuentra en calle José María Izazaga, aunque tiene accesos también por la calle 5 de febrero, San Jerónimo e Isabel la Católica, en el centro histórico de la CDMX. La Universidad tiene una arquitectura que obedece al barroco herreriano y posee una planta de cruz que consta de una torre y campanario, una cúpula semiesférica y dos coros; un claustro grande, varias ruinas de las celdas de las monjas, restos de fuentes y con seis patios: Patio del Gran Claustro, Patio de los Gatos, Patio de los Confesionarios, Patio de las Novicias, Patio de la Fundación y Patio de los Cipreses.
El lugar es un conjunto de casas que fueron compradas a Francisco de Aguilar y a Doña Leonor de Arriaga por un valor de 15,100 pesos en 1525; donde se empezó a erigir una iglesia cuya construcción fue terminada dos años después. El lugar permaneció así hasta que fue adquirido por Doña Marina de Zaldívar y Mendoza, quien mandó a construir el convento con claustro, dormitorio, refectorio, celdas y huerta.
El lugar ha pertenecido a otros dueños, como a Isabel de Guevara que quiso unir las casas de Isabel Barrios y la de Alonso Ortiz en el siglo XVI.[1]
El monasterio de San Jerónimo fue la sexta fundación conventual de la ciudad de México entre 1584 y 1585. Precedido por los Conventos de la Concepción, el Convento de Nuestra Señora de Balvanera, el de Regina Cœli, el de Santa Clara y el de Jesús María.
La fundación de este nuevo convento fue posible gracias al apoyo del rey de España Felipe II y la petición de Isabel de Guevara, viuda que era parte de una familia acaudalada, quien donó más de veinte mil pesos para el claustro bajo la regla de san Agustín. Fue fundado como Convento de Nuestra Señora de la Expectación, este templo católico perteneció a las monjas de la Orden de San Jerónimo de la Ciudad de México en la Nueva España
Debido a la cercanía temporal con el periodo de conquista, en el siglo XVI no había el número de religiosas ya formadas y difícil sería invitarlas de España; por lo que el arzobispo de México don Pedro Moya de Contreras (1574-1589), seleccionó a cuatro monjas provenientes del Real Convento de la Concepción, el más antiguo de la ciudad. El día de la fundación, el 29 de septiembre de 1585, las religiosas anteriormente concepcionistas viajaron veladas en compañía del prelado, en medio de fiestas y algarabías al parcialmente construido claustro: María de la Concepción, priora y vicaria de coro y maestra de novicias, quien se hizo jerónima pero posteriormente regresó a su convento con permiso papal; Catalina de Santa Inés, portera mayor y tornera; Juana de la Concepción, vicaria de casa y tornera mayor y Cecilia de San Buenaventura segunda portera y tornera.
Como todos los conventos de monjas en la ciudad de México, el convento de San Jerónimo, estuvo desde su fundación gobernado por el arzobispo de México y llevó la advocación de Nuestra Señora de la Expectación, aunque prácticamente no fue reconocido como tal; su patrona fue Santa Paula en honor de aquella matrona romana mecenas de San Jerónimo, con ese nombre fue identificado el convento pero también con el de San Jerónimo. La orden jerónima seguía la Regla de San Agustín y se caracterizaba por ser menos austera que las carmelitas descalzas. [2]
El ingreso y mantenimiento de las monjas demandaba altos costos. De ahí, que las únicas familias que podían costear la estancia de las religiosas en el recinto eran las españolas y criollas, pues eran las castas que mejor posición social gozaban.
Los requisitos para ser aceptada en el convento eran: tener entre 16 y 30 años de edad, tener suficiente dinero para pagar el dote 4 , que era de 3000 pesos. Había una jerarquización de labores que regulaba las elecciones de oficios y que de manera descendente constaba de: la Priora o encargada del Convento y las monjas; La vicaria: mano derecha de la priora, quien debía dar las obligaciones correspondientes a cada una de las religiosas.
Las definidoras eran consejeras de la priora de rango menor. Las celadoras vigilaban las habitaciones de las religiosas para que a partir de las 9 de la noche y hasta las 5 de la mañana del día siguiente, donde todo debía permanecer callado y en orden. Finalmente estaban las porteras o monjas más ancianas y virtuosas; y había tres torneras que eran encargadas de viligar las visitas de las monjas, recibir recaudos, cartas y billetes. Después de leer las cartas, daban su aprobación para que se les diese a las remitentes.
Además había monjas vicarias de coro, novicias, correctoras, enfermeras y obreras (que vigilaban las obras de albañiles, carpinteros y peones para no infligir el voto de clausura) La provisora: Se encargaba de administrar y dar dinero a cada religiosa para que hiciera su comida diaria.[1]
La monja más reconocida del convento fue sin duda Sor Juana Inés de la Cruz, quien vivió allí durante 25 años y produjo varios de sus trabajos literarios.
El convento de San Jerónimo llegó a tener cien monjas en 1661 cuando había pasado setenta y seis años de su fundación. La mayor población fue entre 1644 y 1651; el año más denso fue 1648 en que hubo 120 monjas. El año en que Juana Inés profesó (1669), el convento contaba con 88 monjas en el claustro (con ella); y en el año de su muerte (1695) pudieron asistir 85 monjas a su entierro en el coro bajo del templo de San Jerónimo.[2]
Siglo XIX
La visión liberal del siglo XIX pensó que los conventos eran espacios carentes de libertad e intelectualmente no nutrientes, y si ya la mujer tenía un espacio social muy por debajo del ocupado por el criollo, bajo la sofocación del reglamento de San Agustín o San Francisco les impedía el crecimiento humano debido. Fue una apreciación errónea porque los conventos eran más espacios de creación que los hogares españoles. La mayoría de las monjas aprendían a leer, escuchaban piezas de oratoria religiosa y dedicaban horas a labores al bordado y de alta cocina, además tenían clases tanto de religión como de esparcimientos creativos, tales como la música y la pintura.[2]
La amistad entre los diversos conventos fue un eslabón social muy importante. Desde su fundación el convento de San Jerónimo llevó gran amistad con el Convento Concepcionista de Regina Cœlli no únicamente porque sus predios colindaban, sino como recuerdo de las cuatro monjas Concepcionistas que fueron a entrenar a las iníciales vocaciones jerónimas en los tres años primeros después de su fundación.
A partir de 1867, como consecuencia del decreto de exclaustración dictado por Benito Juárez al triunfo de la República, la mitad oriental del ya ex convento fue fraccionada y vendida a particulares; la otra parte se utilizó como cuartel y hospital militar. En esas condiciones permaneció hasta principios del siglo XX, en que de nueva cuenta fue fraccionado y remodelado a la usanza de la época, al ser adquirido por el afamado arquitecto Antonio Rivas Mercado, quien a su vez lo recibió como pago parcial por la construcción de una estación ferroviaria.[3]
Siglo XX
La Revolución Mexicana propició que el valor de la propiedad privada se desquiciara y los grandes predios quedaran abandonados. Tal fue el caso de San Jerónimo, que a la muerte del arquitecto Rivas Mercado fue heredado por su no menos famosa hija Antonieta —escritora y mecenas de artistas jóvenes y políticos en ascenso— quien lo recibió ruinoso y convertido en una inmensa vecindad que también daba cabida a comercios de poca monta. Con el tiempo, Antonieta convirtió parte del predio en una enorme bodega a la que llevó todo el menaje de su antigua casa familiar y, posteriormente, instaló ahí el célebre Teatro Ulises y un salón de baile, El Pirata. Con la muerte de la heredera Rivas Mercado —quien se suicidara en la Catedral de Notre Dame— no terminaron los avatares del antiguo convento de San Jerónimo; por el contrario, se recrudecieron, llegando al colmo de haber albergado entre sus muros un taller mecánico y un establo, amén de que el antiguo Pirata se transformara en el Smirna.[3]
A finales de los 60, el Dr. Arturo Romano Pacheco realizó investigaciones antropológicas concluyendo que la población monjil fue criolla en su mayor parte. Además encontró utensilios como hebillas, medallas, pequeñas cruces, alfileres y alambres que formaban las coronas y ramos con los que eran enterradas las religiosas, además de esqueletos de las monjas incluyendo a la décima musa, una lápida de mármol en piso del sotocoro lo menciona: “En este recinto que es el coro bajo y entierro de las monjas de San Jerónimo fue sepultada Sor Juana Inés de la Cruz, El 17 de abril de 1695, año de 1964.”
En 1963, el doctor Francisco de la Maza, gran estudioso de la arquitectura virreinal, fue autorizado por el gobierno para restaurar los coros —alto y bajo— del templo. Sin embargo, fue hasta 1971 en que, a instancias de doña Margarita López Portillo, el presidente Luis Echeverría expidió un decreto por medio del cual el gobierno se comprometía a proteger el convento y el templo, así como a promover su restauración. Cuatro años más tarde, se decretó la expropiación del inmenso predio y en 1976 co - menzaron las obras. Se inició así un largo proceso de trabajos antropológicos, arqueológicos, históricos y de consolidación estructural a fin de devolverle a este antiguo recinto parte de su original belleza. Los traba - jos de restauración estuvieron a cargo del arquitecto Manuel Sánchez Santoveña, con la participación de los arquitectos Fernando Pineda Gómez y Fernando López Carmona.[3]
Durante un tiempo, el recinto fue abandonado y en él habitaban vecindades, un estacionamiento y locales comerciales. Pero el gobierno del expresidente Luis Echeverría Álvarez lo expropió en 1971, y su sucesor presidencial, José López Portillo y Pacheco, inició las restauraciones declarándolo oficialmente patrimonio nacional bajo la protección de las leyes del Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH. Más tarde por la Unesco como patrimonio de la Humanidad.
En 1975 un grupo de sorjuanistas solicitó expropiar el exconvento para su mejor conservación. Se realizaron excavaciones y antropólogos, arqueólogos, arquitectos e historiadores hicieron investigación hasta 1982, con el fin de la restaurar el espacio.
En 1979 se fundó La Universidad del Claustro de Sor Juana, y sus bases intelectuales descansan en la vida y obra de la “Décima Musa”. En sus inicios esta escuela sólo tenía la licenciatura en Ciencias Humanas, pero hoy en día la institución ofrece diversa carreras.[1]
Arquitectura[editar | editar código]
Uno de los espacios esenciales del convento de San Jerónimo era el coro, alto y bajo, lugar donde recibían el hábito de novicias y hacían su profesión, y donde realizaban sus oraciones y observaban la misa mediante un enrejado; además el coro bajo estaba el lugar en donde enterraban a las monjas bajo el piso. El coro se encontraba en el extremo contrario al altar y los feligreses ingresaban a la iglesia por una puerta lateral a la mitad de la nave bajo un pórtico con la escultura del santo patrono. Estos espacios hasta hoy persisten y pueden ser visitados. El acceso del templo al coro y al claustro se realizaba por una puerta que permanecía siempre cerrada, pero por mediación de una puertecilla llamada cratícula, se daba la comunión a las enclaustradas para ni ver ni ser vistas.
La iglesia de San Jerónimo tenía además de la puerta lateral mencionada, otra entrada directa a la sacristía. La única torre se levantaba orgullosa con un diseño original de Cristóbal de Medina Vargas, quien la construyó en 1665; es el mismo arquitecto que construyó las portadas salomónicas de la catedral metropolitana. La misma arquitectura del claustro de San Jerónimo invitaba a cierta vida particular En general, los conventos eran de dos diseños: de vida Comunitaria ―como en las órdenes mendicantes, como las agustinas, carmelitas, franciscanas, también calificados de ‘descalzas’, quienes compartían el refectorio para comer y celdas comunitarias en los espacios del claustro; diferentes eran los conventos de vida Particular ―calificados de ‘calzadas’, que tenían celdas individuales como casitas conglomeradas dentro de los muros de clausura, como las jerónimas, dominicas y concepcionistas.
El claustro era una pequeña ciudad con casitas, capillas, plazoletas, escaleras y callejones dentro de otra ciudad mayor: un pueblito medieval dentro de una ciudad barroca. La monja transcurría su vida en su espacio privado.
La celda comprada era exclusiva, con edificación de dos plantas “con sus altos y bajos”, y podría ser visualizada así: la estancia y la cocina en la primera planta con espacio para que durmieran criadas y esclavas, y por una escalera se comunicaba a la celda en la segunda planta, con una cama, una mesita y una ventana, y acaso una estantería con libros. Todo sin cerrojos ni ventanas. En los conventos de vida Particular no había obligatoriedad de hacer las comidas en un refectorio y la comunidad religiosa únicamente se reunía para cumplir con los tiempos de oración, pero el resto del tiempo era libre. Las monjas jerónimas seguían la regla de San Agustín, laxa pero cuidadosa, íntima pero profunda. Aún se pueden ver hoy en la Universidad Claustro de sor Juana los muretes de los cimientos de donde estaban las celdas particulares en el patio frente a la iglesia de San Jerónimo.[2]
Referencias[editar | editar código]
- ↑ 1,0 1,1 1,2 Tomado de: https://mxcity.mx/2019/01/breve-historia-cultural-del-claustro-de-sor-juana/
- ↑ 2,0 2,1 2,2 2,3 Tomado de: http://sincronia.cucsh.udg.mx/pdf/76/411_432_2019b.pdf
- ↑ 3,0 3,1 3,2 Tomado de: Javier Villalobos Jaramillo. Los 100 Sitios y Monumentos más importantes del Centro Histórico de la Ciudad de México. En coordinación con la Delegación Cuauhtémoc y el Gobierno de la Ciudad de México.