Categoría:Colonia Pueblo Culhuacán

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La Colonia Pueblo Culhuacán se encuentra ubicada al poniente de la Alcaldía Iztapalapa y del cerro de La Estrella en la Ciudad de México. La toponimia del lugar, de origen náhuatl y con una fuerte carga histórica, significa “el lugar donde tienen abuelos” o “el lugar de los ancestros”. Culhuacán fue el refugio de la cultura tolteca, el sitio transmisor donde habitaba el linaje de Quetzalcotal tras el colapso de Teotihuacán, estirpe tan procurada en el mundo prehispánico para legitimar nuevos reinos hasta la formación del imperio mexica.“Es por ello que quienes reclamaron posteriormente el poder, cada uno a su turno buscó ocupar la tierra de los culhua y sus lideres trataron de unir sus linajes a través de enlaces matrimoniales con las hijas de los señores culhuacanos.”[1]

Historia

Prehispánica

Periodo teotihuacano

Evidencias arquelógicas han permitido ubicar cronológicamente a Culhuacán como un asentamiento teotihuacano hacia el año 323 d.c., desempeñándose como un punto estratégico y limítrofe de la gran ciudad tolteca para el abastecimiento e intercambio de productos con el sur de la cuenca. Situación que no cambió hasta el abandono de Teotihuacán, hacia el año 600, ocasionando nuevas oportunidades de asentamientos en diferentes puntos de la cuenca de México, del valle de Toluca y Tlaxcala. En este proceso de reacomodo de la población teotihuacana, también tiene lugar la migración de otros grupos provenientes del norte del país, grupos chichimecas, que tras el abandono de Teotihuacán, dejaron de ser captados por la gran urbe, logrando descender a la cuenca de México. Es así como llegaron los antiguos chichimeca culhuaque en el año 670.[1]

Fundación del señorío de Culhuacán

Los chichimecas culhuaque llegaron a establecerse en área de lo que hoy es el pueblo de San Francisco Culhuacán, “unidos pero no mezclados con el sobreviviente asentamiento teotihuacano, hasta que este fue sometido por los chichimeca culhuaque”. Con la unión de ambos grupos se fundó en año 715 el tlahtocáyotl (señorío) en Culhuacán, teniendo por primer gobernante a Tepilitzin Nauyotzin y como pueblos subordinados a Xuchimilco, Cuitláhuac, Mízquic, Cuyohuacan, Ocuilan y Malninalco.[1]

Durante el siglo IX el linaje de Quetzlacoatl refugiado en señoríos como Culhuacán y Azcapotzalco fundan en el actual estado de Hidalgo la ciudad Tula Xicocotitlan, a partir de una alianza celebrada con grupos chichimecas. Con este suceso, puede verse a Culhuacán desempeñarse como una especie de bisagra, un puente conector de la cultura tolteca entre la ciudad de Teotihuacán y la ciudad de Tula Xicocotitlán. En el año 856 la influencia política y territorial de Culhuacán aumentó fuera de la cuenca de México con el acuerdo político que estableció con los señoríos de Tula y Otompan al integrar una primera Triple Alianza que le otorgó estabilidad política y beneficios comerciales a los tres señoríos participantes.[1]

Alva Ixtlixochitl señala que los chichimecas de Xolotl, encabezados por el príncipe Nopalitzin, acudieron a Culhuacán en fechas cercanas a la muerte de su padre Xolotl, con el propósito de solicitar algún tipo de reconocimiento para su progenitor como señor y monarca de las tierras que ocupaba en el Valle de México. Ante la negativa, Nopalitzin regresó a Culhuacán con el objetivo de someter al señorío, logrando matar a su tecutli durante la primera mitad del siglo XIII, y tomar por esposa a Azcatlxochitl, hija de príncipe tolteca Pochotol, habitante de Culhuacán y descendiente de Topilitzin, último rey de Tula Xicocotitlán, teniendo tres hijos. En este suceso, se puede ver la importancia de Culhuacán para la época, como bastión tolteca, como el sitio con el cual los grupos que arribaron al valle de México buscaron emparentar para legitimar sus pretensiones señoriales. Siendo a través de la influencia culhuacana que los chichimecas aprenden el náhuatl y lo imponen en su nación, usándose durante el posclásico tardío la denominación de culhua para hacer alusión a la cultura tolteca.[1]

Periodo de inestabilidad

Hacia el año 1297 la rivalidad existente entre Culhuacán y Xochimilco, en cuanto extensión de territorio, desató una serie de enfrentamientos entre ambas ciudades, en la que no solo se disputaban los límites de sus señoríos sino la superioridad que ninguna de las ciudades en discrepancia había reconocido abiertamente desde tiempo atrás en el tiempo que Xochimilco fue pueblo sujeto de Culhuacán. En esta guerra, Cocoxtli, el señor de Culhucán, ocupó a los mexicas, entonces asentados en Chapultepec como mercenarios. Así que “acompañados por el general culhuaque Tezitzilin, los mexicas atacan y derrotan a los xuchimilcas en su propio territorio, persiguiéndolos entre tulares, ciénagas y chinampas y los echaron donde hoy están, delimitando cada uno su territorio.”[1]

Los mexicas, severamente diezmados fueron expulsados de Chapultepec, territorio que estaba bajo la influencia del señorío de Azcapotzalco, muchos de ellos fueron llevados en calidad de prisioneros a diferentes ciudades de la cuenca y lugares alrededor de ésta, mientras que otros grupos mexica se dispersaron por el territorio en buscan de algún refugio, la mayoría sin éxito como el grupo que trató de asentarse en Tlatelolco. El grupo más numeroso de mexicas se refugió en Acolco, escondidos entre tules y cañaverales por cinco días tras su derrota, para después encaminarse al señorío de Culhuacán, presentándose “suplicantes y llorosos” para que se les diera un sitio donde instalarse a cambio de vasallaje.[1]

Con la muerte del tlatoani Cocoxtli acaecida en el año de 1307, el señorío de Culhuacán fue gobernado por jefes militares culhuaque, no obstante el bastión tolteca se vuelve inestable, situación que caracterizó la condición política en el Valle de México de los señoríos durante esta época. Siendo este el escenario en donde los grupos chichimecas continuaron estableciendo nuevas ciudades, algunas con presencia efímera y otras consolidándose de manera paulatina durante el siglo XIV, como es el caso de Azcapotzalco y Texcoco. Finalmente los mexicas tras haber permanecido cerca de veinticinco años en territorios culhuaque, son expulsados del lugar por haber, de nueva cuenta, causado horror entre la población, en particular a Acamapichtli el viejo, hijo de Cocoxtli, quien estaba a unos días de convertirse en el próximo tlatoani de Culhuacán, tras varios años de haber quedado el gobierno bajo la responsabilidad de jefes militares, tras la muerte de su padre Cocoxtli.[1]

Sobre la expulsión del pueblo del sol de Culhuacán, existen dos versiones. En la primera, los mexicas celebraron una fiesta en honor al próximo tlatoani de Culhuacán en Tizaapan, entonando cantos, llevando a cabo bailes, y cuando la festividad estaba pasando por sus mejores momentos, los mexicas sacaron a cuatro prisioneros xochimilcas para su sacrificio. Quedando tan aturdidos los culhuas que al volver a su ciudad pensaron en la necesidad de deshacerse de ellos, resolviendo expulsarlos de su Estado.[1]

Subordinación al Imperio tepaneca

El empoderamiento de los tepanecas en la cuenca comenzó a incrementarse gracias a una exitosa política expansionista apuntalada por Tezozozmoc hacia el año 1360, donde la participación de guerreros mexica fue fundamental para el posicionamiento del señorío de Azcapotzalco como cabecera de los pueblos de la región lacustre. En 1363 los exiliados mexicas regresaron a Culhuacán bajo la dirección de contingentes tepanecas, asediando al señorío culhuaque, y consiguiendo conquistarlo, “ logrando derrotar al que había sido el poder más prestigiado y estable después de la caída de Tula.” Abriéndose paso, con esta acción militar, a la oportunidad para proseguir con más conquistas al sur de la cuenca, al tiempo en que Azcapotzalco desconocía la Triple Alianza pactada tiempo atrás con Culhuacán y Coatlinchan.[1]

La derrota de Culhuacán por el señorío de Azcapotzalco provocó la migración de sus pobladores, siendo el señorío de Coatlinchan el que reacomodó a los culhuaque entre sus pueblos, “conformando barrios étnicos distintivos.” Algunos miembro de la nobleza culhuaque se integraron al gobierno de Coatlinchan, señorío que trató de frenar la expansión de Azcapotzalco. De manera consiguiente a la conquista, Culhuacán es transformado en un pueblo tributario de los tepanecas, perdiendo su condición de señorío y padeciendo un gobierno impuesto. Al principio fue una junta militar la que representó el poder de Azcapotzalco en Culhuacán, hasta que fue designado el culhua-mexica Nauhyotl Teuctli para ejercer el control del pueblo como parte de las concesiones que los tepanecas realizaron a sus aguerridos vasallos mexica.[1]

Mientras, los mexicas establecidos en Tlatelolco decidieron tomar por gobernante a Cuacuahpitzahuac hijo de Tezozomoc en 1375, determinando continuar con una política que fortaleciera su afinidad con el imperio de Azcapotzalco. Los mexicas establecidos en Tenochtitlán se inclinaron por elegir un gobernante a la usanza de los grandes señoríos del pasado, perteneciente a un linaje prestigioso como el tolteca. “En 1376 , los mexicas tenochcas escogieron a Acamapichtli, de la casa real de Culhuacán, por aquellos días refugiado en Coatlinchan.[1]

En 1413 es asesinado el tecutli o el administrador de tributos de Culhuacán, el culhua- mexica Nauhyotl, quien supo imponer durante su gestión el culto a Huitzilopochtli, buscando desplazar la devoción a Quetzalcoatl como la más importante dentro de la religiosidad culhua. Nauhyotl es asesinado por el tlatoani de Azcapotzalco, quien designó, entre los más destacados tecutlis de la parte sur de la cuenca de México, a dos de sus hijos: Quetzalayatzin o Tayatzin al mando de Mexicaltzingo y Maxtla como el gobernante de Coyoacán, Culhuacán y Xochimilco.[1]

Al tiempo en que Azcapotzalco logró derrotar con ciertas dificultades al señorío de Texcoco, en una campaña en la que participaron varios pueblos tributarios de la región lacustre, entre ellos Culhuacán, el imperio tepaneca entró en crisis tras la muerte en 1426 de su tlatoani Tezozomoc. Dos de los hijos del monarca se disputaron el trono vacante, Quetzalayatzin, quien Tezozomoc había señalado como su sucesor y Maxtla, el hijo primogénito que no estuvo de acuerdo con la preferencia de su padre, dieron lugar a que se presentaran intrigas y divisiones políticas en el reino tepaneca.[1]

Triple alianza

A partir de la victoria de la Triple Alianza sobre el imperio tepaneca, los mexicas establecieron un nuevo orden político en la región. Las tierras del imperio tepaneca fueron repartidas entre los mexicas, los tepanecas de Tacuba y los aculhuas de Texcoco, siendo Tenochtitlán el señorío que obtuvo mayor provecho del gobierno que formalmente compartió con sus aliados. Izcoatl, el tlatoani tenochca, repartió títulos a quienes lo habían apoyado contra los tepanecas y emprendió junto con sus aliados nuevas incursiones, buscando someter a los pueblos de la cuenca que anteriormente entregaban su tributo al señorío de Azcapotzalco. Hacia la región del sur, Izcoatl logró integrar a sus dominios a los pueblos de Xóchimilco, Cuitláhuac, Culhuacán y Chalco. Expresándose el dominio de Tenochtitlán principalmente en las localidades lacustres y de la zona sur del Valle de México, mientras que al oeste del valle dominaba Tlacopan y al este Texcoco.[1]

En 1430 Izcoatl mandó fundar el señorío de Iztapalapa con el propósito de contar con un mayor control de la región del sur. Con ello Culhuacán se encontró colindando hacia el norte con pueblos que tuvieron por origen núcleos de poblamiento mexica: Iztapalapa, en la ladera norte del cerro de la Estrella, Mexicaltzingo, ubicado entre “el espeso de los carrizales y fangoso de los espadañales”; visitado por primera vez por los mexica a su exilio de Culhuacán a principio del siglo XIV y Huitzilopochco, colindante con el pueblo de Coyoacán, fundado a mediados del siglo XV y que hoy se conoce como Churubusco.[1]

Con la presencia de Iztapalapa, Mexicaltzingo y Churubusco, Culhuacán, el antiguo refugio tolteca, también emparentado con los mexica, perdió la hegemonía política de la región del sur de la cuenca, para compartirlo con los otros tres altepetl o pueblos mexica, conformando entre los cuatro una nueva entidad política, fundamental en términos territoriales para Tenochtitlán conocida como los nauhtecutin, que significa “los cuatro señores”, expresión usada para hacer alusión a los cuatro gobernantes de esa zona chinampera.[1]

Invasión española

A la llegada de los españoles a la región de los nauhtecutin, visitada por primera vez a fines de 1519, se estima que vivían en Culhuacán alrededor de 4,000 habitantes, teniendo por tlatoque a Totocomoctzin. En los otros tres pueblo vecinos de Culhuacán, gobernaba en Mexicaltzingo Tochihuitzin, en Huitzilopochco Huitzilatzin y en Iztapalapa Cuitláhuac. Los últimos días del gobierno de Moctezuma comprenden el inicio del fin del Imperio Mexica, con el recibimiento y alojo de los españoles en Tenochtitlán, y los acontecimientos que conllevan a la captura de Moctezuma y el levantamiento del pueblo mexica.[1]

Los aliados de los españoles provenientes de Chalco saquearon y sometieron a Culhuacán. Y son referidos por Cortés como quienes más daño infringieron a los nauhtecutin causando su rendición y precipitando a los pueblos lacustres a prestar su colaboración para atacar Tenochtitlán, aportando canoas, gente de guerra y levantado casas para los españoles, pues era época de lluvias y los batallones estaban muy mal provistos.[1]

Al termino de la conquista del Imperio Mexica los españoles comenzaron a repartirse el derecho de tributo y trabajo de los pueblos sometidos. A Culhuacán, Iztapalapa, Mexicaltzingo y Churubusco, les correspondió en un inicio entregar su trabajo y servicios para la creación y manutención de la nueva ciudad española sobre las ruinas de Tenochtitlán. Poco después el trabajo de estos pueblos se distribuyó entre la Corona, la Ciudad de México y encomenderos particulares.[1]

Colonial

Siglo XVI

En 1552, cuando la población de Culhuacán era de 661 indios casados y 311 viudos, el tributo que entregaban anualmente a Cristóbal de Oñate era de 500 pesos de oro común, pagando 125 pesos de dicha cantidad cada tres meses. También el tributo contemplaba que los indios culhuaque debían sembrarle al encomendero una sementera de 400 brazas de largo por 100 de ancho, (una superficie aproximada de 740 x 185 metros), poniendo la semilla los mismos pobladores, además de 50 gallinas que cada año los pobladores debían entregar en la casa del conquistador ubicada en la ciudad de México.[1]

La evangelización en Culhuacán y zonas aledañas al cerro de la Estrella fue comenzada por un grupo de franciscanos que fundaron una misión sobre los antiguos templos de Culhuacán. Los franciscanos cedieron la misión a la orden de San Agustín, que en 1560 tuvieron que posponer la construcción de su convento ya que “cientos de naturales, con gran alboroto diciendo palabras desacatadas (...) impidieron el aprovechamiento de la piedra y materiales de sus canterías (...) echando al agua la que ya se encontraba en las canoas”. El virrey Luis de Velasco mando a decir a los indios culhuaque que era un delito digno de castigo que impidieran utilizar la piedra de las canteras del lugar, pues ahora eran públicas. Los naturales debían cooperar con la obra del convento, “sacar las piedras del agua y volverlas a las canoas, so pena de azotes y de ser desterrados por cinco años”. Para 1569 la construcción del convento y una iglesia en Culhuacán ya se había concretado, utilizando piedra volcánica y la piedra que la comunidad extraía desde épocas pasadas del cerro del Huixachtlan, después conocido como el cerro de La Estrella.[1]

En Culhuacán, las primeras granjerías asentadas en la región se ubicaron en las tierras altas, libres de ser alcanzadas por el flujo del agua sobre todo en época de lluvias, cuando el vaso de agua del lago de Xochimilco aumentaba. Del lado oriente, los primeros laboríos hispanos se asentaron en las faldas del cerro de la Estrella, mientras que del lado poniente lo hicieron al margen de la actual calzada de Tlalpan, entonces llamada Camino Real. La existencia de varios ríos y manantiales que desaguaban en las inmediaciones de los barrios de Culhuacán fueron un problema constante para las fincas que se situaron en la zona.[1]

La hacienda de la Estrella, junto con otras pequeñas granjerías que se establecieron en sitios cercanos a la cabecera de Culhuacán, fueron las primeras propiedades que invadieron directamente las tierras de la comunidad. Más aún en 1567, cuando surgió por ordenanza del virrey de la Nueva España, el marqués de Falces, el fundo legal, norma que buscó proteger a los indios ante la expansión territorial desmedida de agricultores y ganaderos, concediéndole a los pueblos 500 varas (418 mts.) de tierras comunales hacia los cuatro vientos, contabilizadas a partir de la última casa de la comunidad. Esta medida proteccionista hacia los pueblos indígenas, puede explicarse por el papel que recayó en los naturales durante el siglo XVI, como fuerza de trabajo y sobre todo como productores de alimento que se consumió en la Nueva España; mientras los conquistadores dedicaban sus “mejores energías” al “descubrimiento y explotación de los depósitos argentíferos”.[1]

La conversión religiosa de los indígenas, al igual que su gobierno, no podían llevarse a cabo sin la intermediación de los descendientes de los antiguos gobernantes prehispánicos ante el escaso número de españoles en el territorio mesoamericano. La continuidad de la nobleza indígena en la administración de sus localidades permitió que el proyecto de la Nueva España fuera posible, cerrando una red de relaciones en cada señorío en donde participaron los encomenderos, los frailes y los nobles indígenas con el cargo de caciques del pueblo, formando una trilogía a favor de la dominación española.[1]

Parte importante de las labores de evangelización de los frailes fue suprimir el nombre original de los pueblos y renombrarlos mediante la asignación de alguna advocación cristiana. En el caso de Culhuacán, San Juan Evangelista fue el santo patrono que los monjes escogieron para bautizar a la comunidad, siendo desde entonces el pueblo de San Juan Evangelista Culhuacán. El mismo proceso de bautizo se llevó a cabo con cada uno de los barrios y estancias de la comunidad, donde se construyeron capillas en honor al santo designado al lugar, olvidándose con el trascurso del tiempo el topónimo original de la mayoría de estos lugares.[1]

El convento de la orden de los agustinos en Culhuacán, ubicado en el centro del pueblo, se destinó como Seminario de Lenguas, donde los frailes que llegaron al recinto aprendieron las lenguas nativas de los indios antes de emprender su misión evangelizadora por la Nueva España. La vocación del convento de Culhuacán seguramente alentó a que en 1575 se emitiera una Cédula Real en la que se otorgó a Hernán Muñon (criollo) y Juan Cornejo (peninsular) la concesión para construir el Molino de Papel de Culhuacán, el primer molino en su tipo reportado en la Nueva España.[1]

La epidemia iniciada en 1576 y que se agudizó entre 1580 y 1581 fue la causa de muerte más importante en Culhuacán que dio origen a una novedosa práctica entre los habitantes más acomodados de la comunidad, como es la escritura del testamento. La sucesión de bienes en Culhuacán fue alentada por los frailes de la comunidad, quienes en todos los casos, el testador destinó parte de sus bienes para que los religiosos realizaran, tras su muerte, misas cristianas para la salvación de su alma. La preocupación de un sector de la población de Culhuacán por la salvación de su alma, dio lugar a una colección de 63 testamentos escritos entre 1572 y 1599 encontrados en el ex convento de San Juan Evangelista, manuscritos que actualmente se resguardan en la Universidad Iberoamericana. Los 63 testamentos de Culhuacán “forman el conjunto más grande y homogéneo de testamentos en lengua náhuatl del siglo XVI.” En ellos, “los frailes del convento dan cuenta de la venta de casas, tierras y otros bienes cuyo dinero fue destinado para misas”.[1]

La mayor parte de barrios en Culhuacán se encontraban dentro del vaso de agua de la laguna sobre montículos de tierra, algunos formados de manera natural, otros hechos de manera artificial. En la pintura de Culhuacán de 1580 se puede apreciar un sistema de calzadas dique que seccionan el lago contando con varios puentes sobre las acequias que seguramente eran usados como compuertas para mantener a cierto nivel el agua. Aunque la pintura ni la descripción del pueblo dan elementos para saber si lo que parecen sencillos puentes elaborados con viga, eran compuertas que contaran con un sistema permanente de esclusas, o que funcionaran como las de Tenochtitlán, donde “quitan y ponen algunas vigas muy luengas y anchas de que [el dicho] puente está hecho, todas las veces que quieren: y de estas hay muchas por toda la ciudad.”[1]

Siglo XVII

La hacienda de la Estrella estuvo entre las propiedades del Mariscal de Castilla hasta 1670, cuando a la descendencia del mariscal le fue requisada la hacienda junto con otras propiedades por falta de pago en deudas adquiridas. El remate de la hacienda y una casa cercana al convento de Churubusco, fue aprovechado por Baltazar de la Sierra, dueño de obrajes dedicados a manufacturar paños y telas ubicados en la ciudad, en San Agustín de las Cuevas y el pueblo de San Jacinto Aculco, hoy conocido como San Ángel. A la muerte de Baltzar de la Sierra en 1679, la hacienda fue adquirida por el español Joseph Castañeda en 1684, quien encomendó la administración de la finca a su mayordomo Francisco de la Torre. Para entonces la tierra al oriente del barrio de los Reyes, cerro arriba, ya era propiedad de la hacienda de la Estrella. Un mapa fue levantado por motivo de la disputa que tuvo lugar entre la hacienda de la Estrella y los indios de Culhuacán, en donde se representan los limites que las partes en conflicto consideran de su propiedad.[1]

La hacienda de San Antonio Coapa se benefició de la compra de terrenos como el de María Salome del Barrio de San Juan Bautista y seguramente de otras ofertas de barrios cercanos a la finca como el barrio de Santa Cruz y San Miguel entre los que tuvo lugar una de las primeras expansiones del laborío. La venta de tierras de los naturales de Culhuacán, fue incentivada, por una parte, por los frailes que aprovecharon la mortandad de los naturales para convencerles que pagaran misas para lograr la salvación de su alma, pero también, ante la necesidad de los pobladores de resolver gastos terrenales como el tributo.[1]

A finales del siglo XVII Bartolomé de Morales logró conseguir para la hacienda de San Antonio Coapa concesiones de importancia para la finca, que comenzaron a desmarcar al laborío de las característica de una pequeña granjería, obteniendo la concesión por parte del marquesado del Valle para el uso exclusivo de cuatro surcos de agua, al igual que consiguió obtener licencia del arzobispado de México para que en la capilla de la hacienda pudieran oficiarse misas.[1]

Siglo XVIII

Durante las primeras décadas del siglo XVIII las haciendas en los alrededores de Culhuacan dejaron de pertenecer a distintos propietarios para ser adquiridas por un solo dueño. Siendo el comerciante y capitán Jacinto Estada, nacido en la ciudad de México, el primer terrateniente de la zona en poseer tres haciendas y un rancho del rumbo: comenzando por adquirir la hacienda de la Estrella en 1703, la hacienda de San Antonio Coapa en 1711, la hacienda de Dolores en 1712 y el rancho la Joya de San Pablo en 1725. Fuera de los alrededores de Culhuacán, Jacinto Estrada contó con un rancho más nombrado de San Juan Ixhuatepec, ubicado en la jurisdicción de la Villa de Guadalupe.[1]

Luego de la integración de 1711, el primer propietario, Jacinto Estrada, siempre mantuvo buenas relaciones con los altos funcionarios del virreinato para obtener diversas ventajas, como el de ser nombrado "obligado de carnes", por el que debía: a) abastecer sus propias 18 carnicerías y a cuatro más ubicadas en diferentes rumbos de la ciudad, b) surtir a cinco comedores de dependencias virreinales, el Palacio incluido, y c) proveer a nueve conventos y hospitales, por un plazo mínimo de 4 años. Para cumplir estas obligaciones contaba con cuatro de las cuarenta "tablas de matanza" que tenía el Rastro de San Antonio Abad, situado a la entrada de la ciudad, por lo que el abundante ganado de la hacienda siempre llegaba fresco y gordo al sacrificio. La producción del maíz, cebada, alberjón y papa era muy alta, igual que la de la paja con que alimentaban al rebaño. El trigo alcanzaba para surtir al Molino del Rey y producir la harina que sería distribuida en las diversas panaderías de la ciudad.[2]

En el siglo XVIII el pueblo de Culhuacán se encontró por primera vez rodeado de haciendas que le pertenecían a un solo propietario. La hacienda de la Estrella le restaba tierras al pueblo en la parte oriente, en los barrios ubicados en las faldas del cerro de la Estrella como San Andrés y Santa María Tomatlán, San Simón, San Juan Evangelista y los Reyes. Mientras que la hacienda de Nuestra Señora de Dolores constituyó un caso especial porque gran parte de las tierras que comprendían la hacienda eran propiedad del pueblo.[1]

El suelo que ocuparon originalmente los barrios de Culhuacán abarcaba desde la ladera poniente del cerro de la Estrella hasta unos metros del actual eje 1 oriente canal de Miramontes, que recibía anteriormente nombres como camino a Jersualem y camino a Mexicaltzingo. Entre esta vereda y el Camino Real, se formaba una franja que iniciaba en el casco de la hacienda de San Antonio Coapa y que se iba ensanchando hasta llegar a las tierras del pueblo de Churubusco, donde hoy se encuentra el Country Club. Dicha franja era dividida por el paso del río de los Reyes que hoy en día es la calzada de la Virgen. La parte sur de la franja pertenecía a la hacienda de San Antonio Coapa, mientras la parte norte, hasta llegar al pueblo de Churubusco, pertenecía a Fernando Retes Salazar que denominaba al laborío, que anteriormente había pertenecido a Bartolomé Vallejo, hacienda de Retes.[1]

En 1732 muere don Jacinto de Estrada, pero su único heredero, Miguel Joseph de Estrada, era menor de edad, por lo que fue necesario nombrar al licenciado Elizalde y Valle como albacea, quien tuvo logros importantes como la exclusividad del ojo de agua de Santa Úrsula Coapa y la conceción a perpetuidad de dos censos de cuatro surcos de agua de los manantiales de Peña Pobre. Sin embargo, sus malos manejos le obligaron a vender todas las propiedades al general Francisco Manuel Sánchez de Tagle en 1743, quien poco después anecó la hacienda de San Nicolás de Tolentino y controló los manantiales de los Reyes y del Acuecuexco. Para asegurar el paso a Tláhuac y cobrar por ello, el general adquirió las tierras que rodeaban Culhuacán, pero al tratar de aumentar aún más el flujo de agua para las siembras, Sanchez de Tagle desvió las aguas del río de La Magdalena (Chaurubusco) y en una crecida provocó la inundación de su vecina hacienda de Los Portales, con el consecuente juicio que le obligó a reparar el daño.[2]

Durante la segunda mitad del siglo XVIII la expansión de las haciendas y las continuas inundaciones incrementó el número de familias desplazadas que tuvieron que reubicarse en los barrios de Culhuacán próximos a la cabecera del pueblo, obligados a abandonar la comunidad o a vivir como peones en los parajes de la hacienda de San Antonio y sus anexas. Los barrios que persistían asentados en la parte lacustre del pueblo de Culhuacán sin presentar cambios en su ubicación eran los barrios de San Francisco y Santa Ana. Los barrios actuales de Santa María Magdalena, San Juan y San Andrés fueron barrios que se reubicaron, y que seguramente se conformaron con el desplazamiento de las familias que vivían en los asentamientos que desaparecieron.[1]

La falta de tierras y recursos disponibles para los barrios de Culhuacán se pronunciaba con catástrofes naturales como el que ocurrió en 1786, cuando una helada afectó las siembras de la mayor parte del centro de la Nueva España. La helada ocasionó una gran crisis agraria que derivó en el hambre y la muerte de alrededor de 300 mil personas. Ante la crisis agrícola, el pueblo de Culhuacán solicitó al virrey conde de Galvez que se les concediera la cantidad de 2000 pesos de la caja de la comunidad del pueblo para destinarlo a comprar maíz. Las autoridades novohispanas, como una de las medidas más inmediatas para solucionar la crisis, ordenaron a los hacendados permitir el libre acceso a los recursos naturales que poseían para que los pueblos pudieran alimentarse. En Culhuacán, el marqués de Aguayo consintió, no sin trabas, a que la comunidad se beneficiara de potreros y ciénaga de la hacienda de Dolores.[1]

La inconformidad que existió en los pueblos vecinos de Culhuacán, asediados por las haciendas del marqués de Aguayo al sur de la capital, se manifestó en 1791, cuando el administrador de la hacienda de San Antonio Coapa construyó sin autorización una presa de cal y canto que captara los caudales del río de los Reyes, que corría por la actual calzada de la Virgen hasta unirse con el Canal Nacional. Al realizar la presa el nivel del agua bajo considerablemente, afectando a los pueblos de los Reyes Coyoacán, la Candelaria, en el caso del pueblo de Culhuacán, la obra afectó las chinampas que el pueblo tenía en los margenes del río. Los pueblos denunciaron a las autoridades las modificaciones al entorno que la hacienda de San Antonio Coapa había llevado acabo, y ante la indiferencia de los funcionarios, Juan José Martínez, alias el beato, hizo justicia por su propia mano destruyendo la presa para abastecer nuevamente a las comunidades afectadas. Debido a esta acción, impulsada por el hartazgo y la injusticia, la hacienda del marqués de Aguayo perdió cosechas y dinero.[1]

Siglo XIX

La estructura de la hacienda en Culhuacán llegó al México independiente sin modificaciones mayores hasta poco antes de la muerte del marqués de Vivanco, que fue cuando las extensiones de tierra acumuladas por las haciendas del rumbo comenzaron a cambiar de dueño, pasando a manos del comerciante de origen vasco Lorenzo Carrera, que para 1845 ya era dueño de las tierras que van de Culhuacán a Xochimilco, al incorporar a sus propiedades las haciendas más importantes del rumbo: San Juan de Dios, San José Coapa y la parte oriente de la hacienda de San Antonio Coapa.[1]

Lorenzo Carrera quien fue el primer y único propietario de las tres haciendas de Coapa hasta poco antes de la época del porfiriato, fue un empresario de cuestionada reputación, que supo aprovechar entre 1830 y 1861 las circunstancias inestables de la vida política mexicana para hacer crecer su fortuna, al apoyar con sumas de dinero a los personajes interesados en gobernar el país, y una vez que se convertían en presidentes, realizaban negocios mediante concesiones otorgadas por los gobiernos que había apoyado. Lorenzo Carrera se encuentra en la lista de empresarios agiotistas que apoyaron económicamente a Valentín Gómez Farías y al general José Urrea entre 1838 y 1840, financiando un fallido movimiento armado que buscó implantar un sistema de gobierno federalista en México, con la esperanza que el liberalismo permitiría a los empresarios consolidar y expandir sus negocios. Por aquellos años Lorenzo Carrera contaba con inversiones en fabrica de hilados y tejidos en las afueras de la ciudad.[1]

Durante la invasión norteamericana, Lorenzo Carrera facilitó al general y presidente Santa Anna la hacienda de San Antonio Coapa para la defensa de la capital, constituyendo junto con la plaza de Mexicaltzingo y el convento de Churubusco los tres puntos fortificados al sur de la ciudad para cortar el paso a las tropas invasoras. El 18 de agosto de 1847 el mayor Smith “llegó hasta la puerta de la hacienda de San Antonio, cuya guarnición le obligó a retroceder causándole algunos muertos.” Las tropas mexicanas que se encontraban en la hacienda de San Antonio Coapa “ ascendían a tres mil doscientos hombres”, que terminaron replegándose a San Antonio Abad y la Candelaria una vez que la división del norte perdió la batalla en Padierna. Por orden de Santa Anna las tropas que se encontraban en San Ángel y la hacienda de San Antonio Coapa se retiraron a las entradas de la capital, mientras en el convento de Churubusco otros destacamentos entraron en batalla con los invasores para cubrir el reacomodo de las tropas en la ciudad.6 Después de la batalla de Churubusco, de Molino del Rey y Chapultepec la capital del país fue controlada por las tropas estadounidenses hasta que las autoridades mexicanas accedieron a las exigencias del vecino país de cederle territorio.[1]

A partir de 1867, año en que se restableció la república y se disolvieron las parcialidades, los ayuntamientos asumieron el gobierno de los pueblos y la responsabilidad de solventar los gastos necesarios para el desarrollo de las comunidades. Los ayuntamientos cancelaron en definitiva los gastos destinados para el culto religioso, por definirse el gobierno como un estado laico. A partir de que el gobierno mexicano se definió como laico, los gastos de las fiestas religiosas, tan arraigadas ya en las comunidades, tuvo que correr a cargo en su totalidad por los habitantes de los pueblos a través de la figura de las mayordomías. Que es un cargo religioso representado casi siempre por un matrimonio de la comunidad que asume la responsabilidad de organizar y solventar determinada actividad relacionada con las fiestas. Hoy en día existen mayordomías para pagar la misa, la salva, la música, la cera, las portadas florales entre otras actividades de las más de 60 fiestas anuales que comprenden el ciclo ceremonial de Culhuacán.[1]

Siglo XX

En el período post revolucionario (los años 20), anota Ramírez Kuri, se dota al pueblo de tierras ejidales pertenecientes a la Hacienda de San Antonio Coapa —propiedad de la señora María Escandón de Buch—, y en 1929 «al constituirse las delegaciones políticas del Distrito Federal y sus nuevas delimitaciones geográficas que conservan hasta la actualidad, una porción del territorio del pueblo de Culhuacán es incorporada a la Delegación Iztapalapa y la otra, de menor escala a la Delegación Coyoacán». Así que en el contexto de la Reforma Agraria, los culhuacanenses demandaron al gobierno la restitución de las tierras que previamente habían tomado las haciendas, y cuyos títulos de propiedad les habían sido otorgados desde la época Colonial; sin embargo, la demanda no procedió por carecer de comprobación legal.[3]

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Tiendas, Farmacias y Misceláneas

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Unidades Habitacionales

Referencias

Bibliografía

  1. 1,00 1,01 1,02 1,03 1,04 1,05 1,06 1,07 1,08 1,09 1,10 1,11 1,12 1,13 1,14 1,15 1,16 1,17 1,18 1,19 1,20 1,21 1,22 1,23 1,24 1,25 1,26 1,27 1,28 1,29 1,30 1,31 1,32 1,33 1,34 1,35 1,36 1,37 1,38 1,39 1,40 1,41 Rafael Pérez Reyes, Culhuacán: del entorno lacustre a las unidades habitacionales : un recorrido por los cambios en la fisonomía al sureste de la Ciudad de México. Tesis para obtener el título de Licenciado en Historia. México: UNAM, 2018.
  2. 2,0 2,1 Gonzalo Mata Puga, Coapan. México, 2008.
  3. Tomado de: https://cronicariodesergiorojas.blogspot.com/2014/07/san-francisco-culhuacan.html
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