Centro Deportivo Chapultepec
Datos
El Centro Deportivo Chapultepec esta ubicado en la Colonia Polanco, en la Alcaldía Miguel Hidalgo en la Ciudad de México. Este deportivo ofrece a los empleados del sistema financiero mexicano y a sus familias, un espacio de bienestar y sano esparcimiento, en donde el hábito del deporte y el contacto con la cultura, coadyuven con su desarrollo físico, intelectual, familiar y social.
Historia[editar | editar código]
Siglo XIX
En 1894, durante los años dorados del porfiriato, empresarios extranjeros y nacionales constituyeron una institución deportiva denominada Reforma Atlhetic Club y ocuparon una extensión de tierra en Chapultepec.
Siglo XX
En 1923 se venció la concesión que tenía el Club para ocupar la zona, fue entonces que el licenciado Eduardo Mestre obtuvo del gobierno una nueva concesión para el uso de esa superficie, sobre la que se construyó el Club Deportivo Chapultepec. En 1937 la concesión del deportivo fue traspasada al Banco de México que fundó el Centro Deportivo Chapultepec, cuyo proyecto arquitectónico corrió a cargo de Gonzalo Garita y Carlos Romo. El edificio fue inaugurado el 25 de abril de 1950. Al paso de los años se han agregando nuevas instalaciones al proyecto original.
Arquitectura[editar | editar código]
Ubicado en el vestíbulo de este centro se exhibe el mural “Pasado, presente y futuro del deporte en México”, creado por Ramiro Romo Estrada entre 1948 y 1949, con una extensión de 96 metros cuadrados. El autor contaba con 29 años cuando el Banco de México le confió la empresa. Un grupo de artistas encabezado por Francisco Zúñiga interpuso su inconformidad, argumentando que Romo era demasiado joven para realizar un proyecto de tal magnitud. Éste acudió al pintor jalisciense José Clemente Orozco, quien extendió su recomendación y le brindó su apoyo; así la obra siguió su curso. Con una lectura de derecha a izquierda, el mural consta de ocho secciones que narran la presencia del deporte en la historia de nuestro país. El mural fue restaurado y reinaugurado el 15 de septiembre de 2006.
Los primeros dos paneles: “Civilización azteca” y “Deportes y juegos prehispánicos”, tratan la fundación de Tenochtitlan y los juegos precolombinos, entre los que se encuentran el juego de pelota y la danza del volador. Las siguientes tres secciones tratan la conquista y la época virreinal; los deportes se ilustran con la cetrería, los galgos, los toros y el juego de pala. El sexto panel está dedicado a “El siglo XIX”; un chinaco y un charro personifican el poco deporte del periodo debido a las guerras. El séptimo panel trata sobre las primeras décadas del siglo XX; se observan deportes como tenis, bádminton, box, ciclismo, básquetbol, jai alai, béisbol, fútbol americano, soccer y gimnasia. La última sección lleva como título: “El siglo XX, visión del futuro”; plasma la natación, el atletismo y la equitación, entre otros. Se muestran los aros que unen los cinco continentes, la bandera mexicana y finalmente una alegoría del futuro deportivo. El autor quiso plasmar el ideal deportivo del país: México a la cabeza de los XIX Juegos Olímpicos.[1]
Instalaciones Deportivas[editar | editar código]
- Área de Iniciación Deportiva y Juegos Infantiles
- Canchas de Frontenis
- Canchas de Fútbol Rápido y Fútbol Infantil
- Canchas de Pádel Tenis
- Canchas de Squash
- Canchas de Tenis
- Canchas de Tenis Techadas
- Conjunto Acuático Mario Tovar
- Estadio de Tennis
- Gimnasios 1 y 2
- Gimnasio de Aeróbics
- Gimnasio de Bádminton
- Gimnasio de Cardiovascular
- Gimnasio de Pesas
- Gimnasio de Spinning
- Salón de Jumping Fitness
- Rebotaderos
- Salones de Usos Múltiples
- Tennis de Mesa
Instalaciones Socioculturales[editar | editar código]
- Biblioteca
- Foro Cultural Chapultepec
- Sala de Juegos de Mesa
- Sala de Lectura
Instalaciones Otras[editar | editar código]
- Áreas Verdes
- Entrada Principal
- Estacionamiento
- Jardines
- Vestidores, Regaderas y Vapores
- Restaurante
- Sala de Capacitación
- Sala de Descanso
- Sala de Internet
- Sala de Trofeos
- Sala de Visitas
- Servicio Médico
- Solario
- Spa
- Tienda de Deportes
Murales[editar | editar código]
Mural 1. Civilización Azteca
Tomando como punto de partida en este mural el extremo superior derecho y siguiendo en dirección de las manecillas del reloj, está el grupo representativo de las razas autóctonas de México.
Viene, enseguida, la marcha de los aztecas, iniciada en Aztlán bajo la dirección del Mexi, el Moisés nahoa, y terminada triunfalmente en la legendaria Laguna de Texcoco. En primer plano, a derecha, tenemos la fundación de la Gran Tenochtitlán y, a izquierda, un sacerdote azteca de Calmecac, en el papel de educador de la niñez. En segundo plano, los caballeros y guerreros nos recuerdan las características marciales de esta raza india dominadora. Finalmente, arriba, a izquierda, en último plano, están los banderines y la gigantesca pirámide, símbolos de la religión azteca.
Mural 2. Deportes y Juegos Prehispánicos
La historia, en este mural, empieza en el extremo superior izquierdo con la figura de Quetzalcoatl, Dios del Aire de la Mitología Nahoa, originalmente héroe de la cultura, promotor de la paz, patrón de las artes, que dictó leyes al pueblo, lo instruyó en la agricultura, ejerció, en general, influencia benéfica y habiendo terminado su misión civilizadora partió para Tlapallan, la tierra del sol naciente, prometiendo volver. Las culebras y las plumas indican la etimología del vocablo: quetzalli, pluma; coatl, culebra.
La figura de la derecha representa la Danza del Volador. Inmediatamente abajo está un aro de piedra y dos jugadores de “ulamaliztli”. Se empleaba una pelota de hule macizo que debía de pasar por el aro. Para distinguir a los equipos, pues los jugadores sólo llevaban “machtlis” (trusas), los de un bando se recogían el cabello hacia el occipucio y los del otro, sobre la frente. Junto al jugador de ulamaliztli que tiene la pelota en la mano derecha, se ve un aficionado al “chiquihuite”, deporte azteca que tiene analogía con el moderno lanzamiento del martillo. El juego consiste en poner una piedra dentro del chiquihuite atado a un fuerte bastón y dispararla por medio de la fuerza centrífuga. El objeto es dar en el blanco, generalmente otra piedra, colocada a distancia determinada. Quien logre mayor número de tiros certeros gana la partida. Inmediatamente abajo se ve a un jugador de “cocoyocpatolli”, o deporte del “pequeño hoyo”, consiste en lanzar colorines o semillas de frutas, con la mano, desde una línea convenida, procurando como en el moderno juego del golf, que el proyectil caiga en el agujero.
Con la espalda en tierra y los brazos en cruz, un aficionado al “xocuahpatollin”, sostiene con los pies un madero al que imprime movimiento giratorio. La habilidad consiste en cambiar, a gusto, la velocidad de rotación del madero, en pararlo de golpe y hacer que permanezca verticalmente. En el extremo izquierdo inferior justamente encima de la mano del jugador de “xocuahpatollin” tenemos una ilustración de “totoloque”. Se clavan estacas de madera en el suelo y en ellas deben caer los aros que desde “la raya” lanzan los jugadores. Hacia arriba, tenemos el juego de “malacatonche”, que aún hoy divierte a los niños mexicanos. Los jugadores se toman de la mano en “uña de gato” y giran rápidamente alrededor de un eje común, al tiempo que gritan “malacatonzin”. Terminamos la descripción del mural con el juego “patollin”. Sentados en taburetes bajos, los jugadores ponen un tablero en forma de cruz, cada uno de cuyos brazos tiene doce casillas de diversos valores numéricos. Se trata de hacer caer en ellas colorines taladrados que los jugadores restriegan previamente entre las manos. Gana el partido, aquel cuya anotación corresponde a un cómputo astronómico en determinado número de jugadas.
Mural 3. Llegada de los Españoles
La mitad superior del mural esta dedicada a la Conquista. En el extremo superior derecho vemos las naves cuya legendaria quema es el equivalente del “alea jacta est”. En el centro vemos la conquista espiritual; a izquierda, la material. En su afán de engastar en la Corona, la Perla de las Indias, España lucha en la altiplanicie de Anáhuac, con el valor indomable de sus aventureros; vence a los aztecas con la política sutilísima de Cortés; y conquista el inmenso imperio con la Cruz del Redentor. Los frailes españoles, los Bartolomé de las Casas, los Pedro de Gante, los Toribio de Benavente, los Vasco de Quiroga a la vez que propagan la religion del amor en Nueva España, enseñan el sonoro idioma de Castilla, elocuente y viril instrumento de expresión humana, sin el cual no existiría el México moderno.
En la parte inferior, tenemos la representación de un cruento deporte azteca que recuerda las oleadas o Juicios de Dios y el Circo de los romanos. En realidad, más que un deporte es el “Sacrificio del Gladiador”, como fundamentalmente lo llamaron los españoles. Los prisioneros de guerra acababan en la piedra de los sacrificios. Sin embargo, cuando cae cautivo un guerrero distinguido se le proporcionan armas, se le ata el tobillo a una estaca y se da oportunidad de batirse sucesivamente contra varios aztecas. Si logra vencerlos, cosa que llegó a ocurrir alguna vez, se le permite escapar; de lo contrario, morirá en la liza o en la sangrienta ara.
Detrás del cautivo, y entre los guerreros, tenemos, respectivamente, las representaciones de la caza y de la pesca indígena.
Mural 4 y 5. El virreynato.
El momento decisivo en la historia de México está representado en la parte superior por el grupo que forman el azteca, el español y Doña Marina. Toma ésta en sus manos las armas de acero y de obsidiana y simbólicamente las coliga en prosecución de un destino común. Esas dos razas, representadas en el grupo del extremo superior del mural número 5 –sometidas a los rigores de la fusión durante cuatro siglos, en el crisol de Anáhuac- están gestando lenta, pero seguramente ¡y sin dolores! la nueva raza por la que “Hablará el Espíritu” según proféticamente lo anuncia el lema universitario. A izquierda del grupo de Doña Marina están los guerreros tlaxcaltecas y, enseguida, la destrucción de la arquitectura precortesiana.
En la historia de la conquista resalta como en poco hechos históricos, el dedo del destino que escribe las palabras fatídicas en la pared. Sin la alianza de Tlaxcala, Cortés jamás habría sometido a los aztecas. Extraña que un imperio tan poderoso como los aztecas hubiese tolerado en sus fronteras la existencia de una república hostil, independiente. A pregunta que un español hizo a Moctezuma, sobre el particular, contestó el caído monarca: “A fin de que proporcionara víctimas para los dioses”. Los aztecas hacen la guerra tanto para extender el Imperio cuanto para conseguir víctimas para los sacrificios humanos. Por eso no matan al enemigo cuando pueden tomarlo vivo. Esta circunstancia, que repetidamente salva a los españoles, facilita también la obra del destino. El respeto a la vida es mandamiento que han de obedecer lo mismo las naciones que los individuos. Los aztecas violan tal ley, por motivos religiosos, y desaparecen como entidad política.
En el extremo superior derecho del mural número 5 tenemos: los misioneros, la reconstrucción del país y la unión de la raza blanca con la india. La obra de los misioneros es la página más gloriosa de la Conquista. Causa admiración pero no sorpresa que los Dominicos, que en España se distinguen por su implacable y sangrienta persecución de herejes, se conviertan, al pisar tierra de Anáhuac, los más decididos protectores de los indios.
Los franciscanos, con singular visión del futuro, comprenden que la Nueva España sólo será grande y poderosa si se educa a los indios. Consecuentes con sus ideas, enseñan tan magistralmente en sus escuelas, que un Real Comisionado, al informar la situación del país, denuncia las labores educativas de los Franciscanos como “diabólicamente perniciosas”. Para el enviado del Rey, la única manera de dominar a los indios es retenerlos en la ignorancia, porque “son tan infernalmente inteligentes!, añade, “que en un momento aprenden el latín y lo hablan con la elegancia de un Tulio”. En la parte inferior del mural número 4 (derecha), vemos al cetrero que sostiene un azor en el brazo izquierdo. La cetrería es deporte de gente rica. Resulta, en efecto, costoso criar, domesticar y curar las aves de rapiña, llamadas “nobles” por la longitud de sus alas y consiguiente rapidez de vuelo. De preferencia se recurre a las hembras del halcón peregrino y del azor, que se distinguen por su audacia y por atacar a la presa lanzándose sobre ella en “picada”, como lo efectúan los aviones modernos.
El galgo representa otra fase de las partidas de caza que organizaron durante el Virreinato.
Las figuras en el extremo izquierdo del mural 5 y derecho del 4 representan el deporte por excelencia entre los guerreros españoles: los torneos, donde los caballeros rompen lanzas o se asestan mandobles. La Edad Media es sólo un recuerdo histórico cuando Cortés funda la Villa Rica de la Vera Cruz, sin embargo, durante las primeras épocas de Virreinato, los torneos medievales, los toros y el juego de pala son los deportes favoritos.
Mural 6. El siglo XIX.
Las dos primeras figuras de este mural, la Campana y la Bandera son, respectivamente, los símbolos del comienzo de la terminación de la Guerra de Independencia. La Campana, en la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, toca a rebato, en tanto que el cura Hidalgo y Costilla lanza el grito inmortal de Dolores que todavía resuena en los oídos de los mexicanos: “¡Viva por siempre nuestra Santísima Madre de Guadalupe!” “¡Viva por siempre América y mueran los malos gobiernos!” La bandera recuerda el Plan de iguala concertado entre Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero. Las famosas Tres Garantías: Religión, Independencia, Unión están representadas en los colores del Pabellón Nacional: verde, la soberanía política; blanco, la conservación de la religión católica; rojo, la unión de mexicanos y españoles.
La pequeña corona que sigue es la expresión gráfica del primer Imperio. Iturbide, apenas se afianza en el poder, olvida sus compromisos, se desentiende del cumplimiento del Plan de Iguala, provoca un cuartelazo en su favor para hacerse nombrar Emperador y cae en el desprestigio a menos de un año.
Termina la parte superior del mural con el gorro frígio adornado con la escarapela tricolor, símbolo del primer Gobierno Republicano, Popular, Representativo Federal. Su Presidente Félix Fernández presta juramento en octubre de 1825 y se hace llamar Guadalupe Victoria, en honor de la Patrona de México. Entra el país en la vida constitucional.
El Castillo, bajo la corona, recuerda dos episodios gloriosos del funesto drama del 47: la defensa de Churubusco, que provoca la sublime respuesta del General Anaya “Si hubiera parque no estaría Usted aquí”, y el sacrificio de Chapultepec, donde los cadetes del Colegio Militar, fieles a las tradiciones de su raza, ofrecen un ejemplo de inestimable valor. Hay en esa defensa de Chapultepec todos los elementos de la tragedia griega; resaltan la esterilidad del sacrificio y la fecundidad de sus enseñanzas. Ante el mandato imperativo del cumplimiento del deber, los niños héroes se lanzan a la muerte y entran en la inmortalidad.
Bajo la campana de Dolores están la Espada de la Ley y la Balanza de la Justicia, símbolos de la Constitución del 57 y de las Leyes de Reforma expedidas por Juárez en julio de 59. Esta legislación avanzada –que muchos años más tarde imitarán las grandes democracias europeas- amarga y encona la larga y dolorosa lucha político-religiosa entre liberales y conservadores. “Chinacos, Cangrejos” “son dulces motes que ellos se dan”. Las Leyes de Reforma establecen, entre otras cosas, la tolerancia religiosa, el matrimonio civil, la secularización de los cementerios y la libertad de pensamiento. Para tener idea de la visión política de los legisladores del 59 basta considerar que aún hoy, en pleno siglo de las luces, los habitantes de medio globo no gozan de las libertades que los hombres de la Reforma consideran inmanentes de la dignidad humana.
La corona grande en el centro del mural representa el segundo Imperio. La Asamblea de Notables del Partido Conservador, apoyada por las bayonetas del mariscal Bazaine, proclama emperador de México a Maximiliano de Habsburgo que desembarca en Veracruz en abril de 64, e inicia desde luego su fugaz reinado. El Archiduque austriaco no ha menester de mucho tiempo para comprender que en la lucha entre conservadores y liberales la razón está de parte de los últimos; procura, en vano, atraerlos y dicta leyes que lastiman los intereses del Partido Conservador, cuyo respaldo pierde, en consecuencia. Combatido Maximiliano por los irreductibles liberales, abandonado por Francia, repugnado por Estados Unidos, el Archiduque encierra su desesperanza en Querétaro y, con ejemplar valor, expía los errores propios, los del Partido Conservador y los de Napoleón Tercero, en la soleada mañana del 19 de junio de 67, en el Cerro de las Campanas.
La figura a la izquierda de la gran corona representa la época porfiriana. Es aún demasiado pronto para expresar una opinión imparcial sobre el régimen del General Díaz. Pero si como político no se le debe de juzgar aún, se puede aseverar, sin temor a incurrir en hipérbole, que como soldado de la República, Porfirio Díaz encarna, de manera perfecta, el ideal de combatiente, descrito por Winston Churchill:
“Resuelto en la Guerra, arrogante en la derrota; magnánimo en la victoria”
La equitación, representada por el chinaco a la derecha y los charros a la izquierda, es virtualmente el único deporte que se practica en México durante el Siglo XIX. Entre los caballistas, el que utiliza la reata para lazar “cangrejos y gabachos” y el que florea con la chabínda en los jaripeos y demás fiestas charras está representando el pueblo en su lamentable desnudez. Extenuadas por el largo periodo de las luchas intestinas, las masas no pueden tomar parte activa en los deportes y se conforman con ser espectadoras en las pocas ocasiones que se le presentan. No se hace, no se puede hacer deporte cuando se tiene hambre: hambre de maíz y hambre de justicia.
Mural 7. El Siglo XX.
En el extremo derecho vemos que las clases oprimidas truecan sus instrumentos de trabajo por el 30-30 para conquistar por la violencia lo que no obtuvieron por la razón. El ciclo de vida política del país ha dado vuelta completa. Las fuerzas invisibles que mueven las ruedas del progreso repiten los acontecimientos de 1810. Cambian los nombres, pero no la esencia de la evolución. Francisco I. Madero es el nuevo Hidalgo y Costilla. En vez de la Campana de la Independencia, el Plan de San Luis provoca el terrible despertar de las masas; el Grito que en 1810 se escucha en Dolores, retumba un siglo más tarde en Puebla de Zaragoza. Los insurgentes del Siglo XIX luchan por la soberanía nacional. No aceptan que un rey extranjero nombre autoridades; estimulados por el ejemplo de la Revolución Francesa exigen que el poder público “dimane del pueblo y se instituya para su beneficio”. Los revolucionarios de 1910 luchan por que esos principios consagrados por la ley sean una realidad viviente y no una bella ilusión marchita entre las páginas de un libro muerto.
La siguiente figura simboliza la terminación del conflicto armado. La revolución hecha gobierno va a dirigir, en lo sucesivo, los destinos del país. El grupo a la izquierda es el más significativo de todos; ¡la educación del pueblo! El pintor, con notable acierto, ha escogido las labores educativas, como la obra de mayor trascendencia de los gobiernos revolucionarios. En el Siglo XIX se gastan siete millones de pesos en educar al pueblo; ¡en 1950, trescientos doce millones! Nada hay que pinte con la elocuencia de las cifras el progreso alcanzado en tan nobilísima tarea, en los últimos ocho lustros. El problema del pueblo mexicano es la educación; las cifras indican, aún en los escépticos, que vamos por buen camino. ¡El civismo no puede existir sin la sólida base de la educación!
En la parte inferior están ilustrados los juegos modernos: tenis, que cuenta en el Centro Deportivo Chapultepec con el mayor estadio de la República y uno de los más bellos de América, bádminton, pugilato, ciclismo, basquetbol, jai-alai, beisbol, fútbol soccer, fútbol americano y gimnasia de aparatos.
Mural 8. El Siglo XX, visión del futuro.
El último mural contiene las figuras representativas de natación, excursionismo y, su hermano mayor, montañismo. En la parte inferior están el discóbolo, el esgrimista, los lanzadores de jabalina y bala, respectivamente, y el corredor. En el centro está la equitación, de cuyos equipos podemos sentirnos orgullosos a justo título. Gracias a ellos sostiene México su fama legendaria de producir los mejores jinetes del mundo.
En la extrema izquierda está la alegoría del futuro deportivo de México, encarnado en un joven vigoroso, portador del fuego sagrado: ideal de la juventud mexicana vislumbrado por Jesús Urueta, el más ilustre de los oradores nacionales, cuando escribían estas palabras que años más tarde recogerán los educadores revolucionarios: “No queremos formar titanes inconsistentes ni sabios endebles, sino aproximarnos a aquel justo medio que lo mismo lanzaba el pesado disco en los estadios, que recogía las flores de la filosofía en los jardines de Epicuro”.
En el extremo superior izquierdo, como remate olímpico, en sus sentidos literal y metafórico está el emblema de los Juegos instituidos por el Barón de Coubertin: los anillos indisolublemente enlazados que proclaman la inquebrantable solidaridad deportiva de las 5 partes del Mundo. América, Europa, Asia, África y Oceanía, “sin distinciones de credo, raza ni color” envían la flor de sus juventudes a las Olimpiadas a colaborar a la realización de un fin común y, al proceder así, nos ofrecen una espléndida visión anticipada de la Cofraternidad Universal.[2]
Mural 1. Civilización Azteca | Mural 2. Deportes y Juegos Prehispánicos | Mural 3. Llegada de los Españoles | Mural 4. El virreynato |
Mural 5. El virreynato. | Mural 6. El siglo XIX. | Mural 7. El Siglo XX | Mural 8. El Siglo XX, visión del futuro |